El cerdo, aunque un animal inmundo (Levítico 11:7; Deuteronomio 14:8;
Isaías 65:4), parece haber abundado en Palestina.
Un hato de cerdos fue destruido cuando los espíritus malos de un hombre
endemoniado se refugiaron en ellos al sanarlo Jesús (Marcos 5:1-17; Lucas
8:27-39). La parábola del hijo pródigo demuestra la situación desesperada
del joven diciendo que tuvo que apacentar cerdos (Lucas 15:15), ocupación
denigrante para cualquier israelita que es respetado.
En sentido figurado, Jesús advirtió en contra de dar perlas a los cerdos
(Mateo 7:6), ya que serían pisoteadas por su falta de discernimiento.
Salomón comparó a una mujer hermosa pero indiscreta a un anillo de oro en el
hocico de un cerdo (Proverbios 11:22). Pedro escribe de una puerca lavada
que vuelve a revolcarse en el barro (2 Pedro 2:22).
La única referencia a un jabalí aparece en el Salmo 80:13, donde habla de
las acciones devastadoras de los jabalíes salvajes.