Diccionario Ilustrado
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Justificación
Abraham - Pacto - Fe - Seno de Abraham
       Justificación. Acto soberano de Dios por el que, por pura gracia y a base de su pacto, declara aceptos ante Él a quienes creen en su Hijo (Romanos 5:2 al 5).

En El Antiguo Testamento

La palabra hebreo tsadag (aparte de algunas pocas veces en que significa ser JUSTO [Génesis 38:26; Job 5:17, etc.]) significa comúnmente declarar (o pronunciar) justo. A veces el contexto es jurídico o forense (hallar inocente, declarar justo), y a veces es personal (declararle a uno aprobado y aceptado ante el soberano).

Normalmente se refiere al veredicto del JUEZ, quien decide pleitos (Deuteronomio 25:1; 2 Samuel 15:4), defiende al pobre (Salmos 82:3; pero compárese Levítico 19:15), vindica al inocente y condena al culpable (1 Reyes 8:32; Proverbios 17:15).

Por lo general, la expresión declarar justo se usa en voz pasiva: en el sentido más profundo y teológico; el hombre es justificado por Dios (compárese Isaías 45:25;53:11). El Antiguo Testamento desaprueba la soberbia de los que pretenden justificarse a sí mismos (Job 9:20; 32:2; compárese Isaías 43:9, 26).

Dios, el juez justo por excelencia, no justificará al impío (Éxodo 23:7) ni de ningún modo absolverá al culpable (Éxodo 35:7; compárese Números 15:18 siguiente; Deuteronomio 25:1). El que justifica al impío (pero compárese Romanos 5:5) y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación (Proverbios 17:15). Medido con la norma de la perfecta justicia de Dios, según el Antiguo Testamento, nadie es justo (Salmos 143:2; Isaías 57:12; 65:6).
Sin embargo, en el Antiguo Testamento la JUSTICIA de Dios es un concepto característicamente salvífico.

Los mismos pasajes, que afirman la inviolable justicia de Dios, proclaman también muchas veces su MISERICORDIA perdonadora (Éxodo 35:6 al 9; Números 15:18 siguiente; Deuteronomio 7:9; 32:35 siguiente). En algunos pasajes, el PERDÓN divino se describe en términos que anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Abraham creyó la promesa de gracia divina, y Dios se lo contó por justicia (Génesis 15:6; compárese Deuteronomio 25:13).

Ante la frecuente pregunta: ¿qué necesita un hombre para ser aceptado ante Dios? (por ejemplo, Ezequiel 18:5 al 9), el autor bíblico responde en efecto: la fe. Siglos después, Pablo vería en Génesis 15:6 un testimonio de la justificación por la fe, como también en Génesis 12:1 siguientes (Gálatas 3:8, 16) y Génesis 17:5 al 10 (Romanos 5:9 al 18; Gálatas 3:16), y aun interpretaría la circuncisión como sello de la justicia de la fe que (Abraham) tuvo estando aún incircunciso (Romanos 5:11).

También algunos salmos anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Según Salmos 32:1 siguiente, perdonar equivale a no imputar el pecado (compárese Isaías 50:8; Romanos 8:33 siguiente), en Salmos 130:3 siguiente, y 7 siguiente, se reconoce que nadie puede mantenerse como justo ante Dios, pero a la vez afirma su abundante redención y perdón de todos los pecados (compárese Salmos 25:5; 51:1 al 6).

En los libros proféticos la doctrina de la justificación se desarrolla aun más; sobre todo en Isaías 40 al 66: El SIERVO sufriente, como abogado defensor (compárese Isaías 50:8; Romanos 8:33 siguiente), por su conocimiento justificará a muchos, y llevará las iniquidades de ellos (53:11). La justificación de Israel vendría de Dios (Isaías 45:21 al 25; 55:17; compárese 1:18), quien los vestirá de justicia (Isaías 61:10).

Según Jeremías, Jerusalén volvería a ser morada de justicia (Jeremías 31:23) y se llamará Jehová, justicia nuestra (Jeremías 23:6; 33:16). Se anuncia al Mesías como el Justo, y a los suyos como los justos con la justicia escatológica del reino venidero (Odas de Salomón 25:10; 2 Esdras 8:36).

Según Habacuc 2:4, el justo, por su fidelidad vivirá (Biblia de Jerusalén). Y el contexto parece señalar que el justo Judá escapará al fin de la muerte, mientras los caldeos perecerán (Habacuc 1:5 al 17). La 70, cuya versión cita el Nuevo Testamento, lo modifica: Mas mi justo-por-fe vivirá, con lo cual recalca la fe del justo. Más tarde Pablo aplica el texto, entendido a la luz de la 70 y de Qumrán, a la fe personal en Cristo (Romanos 1:17; Gálatas 3:11), mientras Hebreos 10:38 lo aplica a la paciencia de los santos en medio de la tribulación.

En Los Evangelios Y Hechos

El verbo justificar (dikaióo) aparece en varios contextos:

  1. Los judíos justificaban a Dios cuando Juan los bautizaba (Lucas 7:29). Con el mismo sentido de vindicación, se dice que la sabiduría es justificada por todos sus hijos (Mateo 11:19; Lucas 7:35).

  2. Los hombres pretenden autojustificarse por sus méritos propios, pero apelan a pretextos evasivos (Lucas 10:29) o a la hipocresía (Lucas 16:15).

  3. En el juicio final, los hombres serán justificados o condenados por sus palabras (Mateo 12:37). Este sentido jurídico-escatológico del término es el antecedente del pensamiento paulino (aunque Pablo hace hincapié en que este juicio y esta justificación se realizan ahora mismo, y por fe, Romanos 3:21 al 26). Aunque los Evangelios no usan el sustantivo JUSTICIA en el sentido paulino forense de la justificación, sí ven la justicia como un don de Dios (Mateo 5:6, 10) y la refieren a la vida del Reino de Dios, traído por Jesús (Mateo 6:33).

Además, en dos pasajes Lucas emplea el verbo justificar en el sentido paulino. El publicano penitente, en contraste con el fariseo que confiaba en su propia justicia, descendió a su casa justificado (Lucas 18:14). Este mismo sentido aparece en Hechos 13:38 siguiente en un sermón de Pablo; el perdón de pecados mediante Jesús significa que en Él es justificado aquel que cree.

En Pablo

El concepto de la justificación se elabora y profundiza, especialmente en Romanos y Gálatas, y llega a ser el meollo de la soteriología paulina. La justicia de Dios es de la fe (Romanos 5:11, 13; compárese Gálatas 2:16;3:8), la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo (Romanos 3:22; Filipenses 3:9). Pablo contrasta constantemente esta justificación evangélica con la justicia por las obras de la ley (Romanos 9:31 siguiente; compárese 10:5) y con mi propia justicia (Romanos 10:3; Filipenses 3:9).

El principio de la justicia legal es haced esto, y viviréis (Romanos 10:5; Gálatas 3:10 al 12); el principio de la justificación evangélica es creed, confesad, y seréis salvos (Romanos 10:9 siguiente; Gálatas 3:6 al 9).

En su misión a los gentiles y su polémica contra el legalismo judaizante, Pablo proclama que el creyente recibe la justificación de Dios gratuitamente y ahora, puesto que es impartida por Dios en Cristo y recibida por la FE (Romanos 5:1, 17). Según Romanos 3:21 al 31, no depende de las buenas OBRAS, ni de nuestra obediencia a la LEY (en particular, a la demanda de la CIRCUNCISIÓN); depende más bien de la GRACIA divina para evitar toda jactancia humana.

Lejos de fluir de algún merecimiento humano (Romanos 5:4 siguiente; Filipenses 3:9), la salvación es de pura gracia, y no puede derivarse de una mezcla de gracia y obras (Romanos 3:28; 11:6; Gálatas 2:14 al 21; 5:4; CONCILIO DE JERUSALÉN).

Pablo expresa esta verdad quizás en los términos más drásticos en Romanos 5:2 al 7: al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia. En un nivel literal, esta atrevida expresión contradice textualmente las muchas expresiones veterotestamentarias de que Dios no justificará nunca al impío (Éxodo 23:7; Deuteronomio 25:1; Isaías 5:23).

Pero en un nivel mucho más profundo esto corresponde rotundamente a la realidad veterotestamentaria (Deuteronomio 7:7 siguiente; 9:6; 26:5; Josué 25:2; compárese Génesis 18:23). Aunque la expresión también chocara con la piedad judía del tiempo de Pablo, sigue con toda fidelidad el ejemplo y el espíritu de Jesús, quien vino a llamar a pecadores, comía con publicanos, los declaraba justificados y murió por los impíos (Romanos 5:6; compárese 1:18).

La frase, quizás con cierta paradoja intencionalmente chocante, subraya el carácter netamente gratuito de la justificación y también su carácter vicario; al impío le es atribuida la justicia ajena de Cristo (2 Corintios 5:21).

Sin embargo, la justificación no consiste en que Dios haga piadosos a los impíos y luego los acepte (justificación analítica), sino en que declara aceptos ante Él a los impíos e injustos, por la justicia imputada e impartida de Cristo, y así comienza a transformar toda la vida. La justificación nunca debe confundirse con la SANTIFICACIÓN ni divorciarse de ella.

La Fe Y La Imputación

Si la gracia de Dios es la fuente de la justificación, la fe es el medio que Dios usa para impartirla (Romanos 5:16 Biblia de Jerusalén; Efesios 2:8 al 10), en radical antítesis con las obras de la Ley o los méritos de la justicia propia.

En el evangelio, potencia de Dios para todo aquel que cree, la justicia de Dios se revela por fe y para fe (Romanos 1:17). Esta fe se describe como creer en Jesucristo (Romanos 3:22, 26) y confesarlo como Señor (Romanos 10:9 siguiente); es someterse a la justicia de Dios (Romanos 10:3).

Esta clase de fe viva actúa por el AMOR (Gálatas 5:6; 1 Tesalonicenses 1:3) y, como la de Abraham, fructifica en la obediencia a la fe (Romanos 1:5; compárese 6:17). La fe une al creyente con Cristo (Efesios 3:17) mediante el Espíritu Santo (Gálatas 3:1 al 5) y le conduce a una nueva esfera (Romanos 5:21).

Para Pablo, Abraham es el prototipo incontrovertible de la justificación por la fe (Romanos 5:3 al 11, 22 siguiente; Gálatas 3:6), pero su fe no tiene el carácter de una obra meritoria en sí misma, como creían muchos rabinos.

Contra la interpretación judaica de Génesis 15:6 como imputación por deuda (Romanos 5:4, donde esta expresión refleja tal interpretación, en el sentido helenístico de inscribir en el cielo los logros y virtudes de Abraham) Pablo insiste en el sentido original del texto como una imputación por gracia.

Por medio de diversos verbos, Pablo muestra una elaborada teología de la imputación. Aunque donde no hay ley, no se inculpa (compárese Filipenses 18) de pecado (Romanos 5:13; compárese 5:15); sin embargo, la muerte reinó desde ADÁN hasta Moisés (Romanos 5:14) porque por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres (Romanos 5:18) y por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores (Romanos 5:19 siguiente).

Por tanto Cristo, nuestro representante, ha asumido la maldición del pecado por nosotros (2 Corintios 5:21; Gálatas 3:13); es decir, Dios identificó jurídicamente a Jesús con el pecado. Dicho con otras palabras, Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo al mundo, no imputándoles (compárese Hechos 7:60; Romanos 3:25) a los hombres de sus pecados (2 Corintios 5:19).

Cristo nos es hecho ... justificación (1 Corintios 1:30), para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él (2 Corintios 5:21). Así que a nosotros también la fe nos es contada por justicia (Romanos 5:24 siguiente), y recibimos la justicia que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe (Filipenses 3:9).

Cabe aclarar en cuanto a la imputación que esta no es una simple transacción extrínseca, y que precisamente ese concepto de contabilidad celestial es el que Pablo rechaza en Romanos 5:3 al 5.

Quizás por eso Pablo no dice que la idéntica justicia de Cristo se pone a nuestra cuenta, sino más bien que Dios nos imparte la justicia que es por la fe de Cristo, cuando el contraste lógico a mi propia justicia hubiera sido la justicia de Cristo. Identificados vitalmente con Cristo, nos sujetamos a la justicia de Dios, de modo que Cristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención (1 Corintios 1:30; compárese 6:11).

El Sacrificio de Jesús

Todo pensamiento de Pablo gira en torno a Jesucristo, y a este crucificado (1 Corintios 2:2), y esta perspectiva transforma también su visión de la justificación. La obra vicaria de Jesús es la base indispensable de la salvación, pues estamos justificados en su sangre (Romanos 3:24 siguientes; 5:9). Como Segundo Adán, Él ha realizado el acto de obediencia (Romanos 5:19) y justicia (Romanos 5:18) que constituye nuestra justificación.

Hecho maldición por nosotros en la cruz, nos ha justificado y en esa forma la bendición abrahámica de Génesis 12:3 se ha cumplido y extendido a los gentiles (Gálatas 3:14).

El lenguaje acerca de la cruz en Romanos 3:24 siguientes es sacrificial y tiene por antecedente la liturgia del DÍA DE LA EXPIACIÓN según Levítico 16, con su triple confesión de pecado (compárese Romanos 3:23) y el derramamiento de sangre sobre el propiciatorio. Este era a la vez lugar de expiación y de revelación de Dios (Éxodo 25:22).

De igual manera, ahora la persona de Cristo en su muerte es el lugar donde el juicio de Dios se ejecuta expiatoriamente y donde a la vez se manifiesta la justicia de Dios. La tensión mencionada en Romanos 3:26 entre la justicia de Dios y la justificación del pecador, reconciliadas ambas en el sacrificio de Cristo, se describe en dos fases histórico-salvíficas: (1) Dios pasó por alto en su paciencia los pecados pasados en la época del Antiguo Testamento, pero solo con miras a (2) manifestar en este tiempo su justicia, ahora, en el tiempo de cumplimiento.

Pablo recalca también la relación entre la RESURRECCIÓN de Cristo y nuestra justificación. La resurrección señala contundentemente la eficacia redentora del sacrificio de Cristo aceptado y sellado por el Padre, y confirma también su triunfo cabal sobre el poder del PECADO (1 Corintios 15:17).

¿Quién nos puede acusar?, pregunta Pablo (Romanos 8:33 siguiente), puesto que Dios es nuestro abogado defensor (compárese Isaías 50:8) y, puesto que el único juez es el mismo que habiendo muerto por nosotros, resucitó triunfante e intercede por nosotros a la diestra del Padre (compárese Romanos 6:4 siguientes) en la semejanza de su resurrección, de modo que la justicia de la Ley se cumple ahora en nosotros los que andamos conforme al Espíritu del que levantó a Cristo de los muertos (Romanos 8:1 al 11).

Fe Y Justificación En Santiago

La Epístola de SANTIAGO llama a una vida de fe en acción sin acepción de personas (2:1) y fructífera en amor (2:8) y obras (2:14 al 26). Desde esta perspectiva, el autor discute la justificación y la fe en términos que a primera vista parecen incompatibles con todo lo que para Pablo era el evangelio.

En cuanto a provecho o utilidad, Santiago cuestiona el que la fe pueda salvar (2:14). Concluye que la fe sin obras es muerta (2:17, 26) y estéril (2:20); la fe coactúa en las obras que de ella nacen, y llega a su plenitud en ellas (2:22). Santiago aun afirma tres veces que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe (2:21, 24, 25). Apoya su conclusión en tres argumentos:

  1. Un argumento práctico basado en la futilidad de una caridad puramente verbal, sin expresión tangible (2:14 al 17).

  2. Un argumento teológico que insinúa lo demoníaco de una abstracta ortodoxia monoteísta, aunque sea adherencia teórico-verbal al credo más indispensable, el shemá (2:18 siguiente; JUDAÍSMO).

  3. Tercer argumento. Un argumento histórico, basado en Abraham y Rahab (2:20 al 26).

Es evidente que Santiago vive una situación distinta a la de Pablo y que ataca a un error diferente. Santiago no conoce la antítesis paulina de gracia y ley, fe y obras, sino se enfrenta a una religiosidad teórica, e insiste en la unidad integral de fe y acción (1:18, 22).

Curiosamente, apoya su conclusión respecto a Abraham en el mismo texto que cita Pablo (Génesis 15:6), pero lo transfiere de su contexto original del nacimiento de Isaac al momento posterior cuando la fe de Abraham se perfeccionó con el sacrificio del hijo prometido (Génesis 22). Pablo, en cambio, coloca la justificación de Abraham por fe en su contexto original, en donde se acentúa precisamente la importancia y la pasividad de Abraham (Romanos 5:16 al 22), e insiste en que la promesa vino mucho antes del nacimiento y la circuncisión de Isaac (Romanos 5:9 al 12).

Además, aunque ambos autores citan Génesis 15:6, Santiago no parece descubrir en esas palabras ningún concepto de imputación vicaria por representación. En general, Santiago no elabora una soteriología de la justificación en este pasaje, sino más bien una ética de la fe puesta en acción. Sin embargo, todo su pensamiento, igual que el de Pablo, está totalmente ajeno al consejo de mérito y justicia propia del legalismo judío.

Algunos han pretendido ver en Santiago una polémica contra Pablo, o contra un paulinismo distorsionado, pero otros, creyendo que Santiago se escribió antes de Gálatas y Romanos, han sospechado que en algunos pasajes de estas otras dos epístolas Pablo corrige tácitamente a Santiago. Es más probable que los dos autores hayan escrito de manera independiente bajo circunstancias muy diversas, contra el antecedente común del judaísmo.

Con toda su diversidad de énfasis, Santiago y Pablo convergen en lo esencial como dos testigos de un mismo mensaje. Gran parte de la discrepancia es más bien semántica. Pablo también nos insta a ser hacedores y no solo oidores de la Ley (Romanos 2:13), señala que hemos sido llamados a buenas obras (Efesios 2:10, y otras quince veces), y entiende la fe que obra por el amor (Gálatas 5:6) como muestra de obediencia al evangelio (Romanos 1:5).

De ninguna manera sirve la gracia como licencia al pecado (Romanos 6:1, 12, 15 al 22). Tito 1:6 y 3:7 al 9, en el mismo espíritu de Santiago 2:18 siguiente, rechazan la profesión vacía, sin los hechos correspondientes, como abominación. Así pues, la fe por la que según Pablo el hombre es justificado, es también la fe que se realiza en acción, según Santiago 2:22:

Y las obras que rechaza Pablo por insuficientes son las obras de la ley, mientras que las obras, que Santiago afirma son indispensables para que el hombre pueda ser justificado, son de hecho las obras de fe, en las que también insiste Pablo.