Prefacio (literatura)
Prefacio es un término que hace referencia a una sección o parte introductoria
de una publicación. Se trata del preámbulo que se ubica en el inicio de un libro
u otro tipo de trabajo impreso y que, por lo general, funciona como una especie
de guía para el lector.

El prefacio se escribe antes que el resto de la obra. En él, el autor puede
mencionar sus objetivos e intenciones. El prefacio también puede servir como
introducción de una novela y ser parte de sus acciones (narrando acontecimientos
previos a los que serán el eje de la trama).
Explicación detallada de la palabra PREFACIO
Un prefacio es, en literatura, un texto de introducción y de presentación,
ubicado al inicio de un libro.
En el prefacio se da a conocer el plan y los puntos de vista
utilizados durante la elaboración del escrito, a la par que allí también
corresponde prevenir sobre posibles objeciones o reservas, responder a
críticas ya formuladas a las ediciones anteriores o a los avances de la
obra, y eventualmente también dar ideas sobre el mensaje que el autor
quiere transmitir con este documento. Por ejemplo, y si el escrito
planteara inquietudes sociales, el mensaje principal o más trascendente
podría estar vinculado con la organización social, la pobreza, la
desigual distribución de recursos, la prostitución, la violencia, el
consumo de drogas y el narcotráfico, etc, ó con varios de los tópicos
citados.
El prefacio generalmente es corto cuando el mismo se orienta y se centra
a ser una advertencia, y usualmente es largo cuando también incluye
prolegómenos, motivaciones profundas o casuales, antecedentes, etc.
Historia
Los antiguos ponían prefacios al inicio de sus obras.
Los griegos los hacían simples y cortos, a juzgar por ejemplo los que de
Heródoto y Tucídides han llegado a nuestros días. Los latinos por su
parte, tempranamente redactaban prefacios que en realidad podían luego
adaptarse casi a cualquier obra. Los primeros capítulos de la Conjura de
Catalina y de la Guerra de Jugurta por Salustio, son ejemplos de este
género. Y tal pareciera que Cicerón también siguió esta misma idea.
Los prefacios gastados (préfaces casquées o prologi galeati), por
emplear la expresión usada por Jerónimo de Estridón, en todos los
tiempos han sido bastante comunes en los libros de controversias, en los
cuales la mitad del trabajo del autor consistía en replicar los
argumentos de sus opositores o adversarios, o a prevenir sus ataques.
Por cierto pueden señalarse prefacios sorprendentes o excepcionales,
como el de Georges de Scudéry, escrito para las poesías de Théophile de
Viau, y al fin del cual el autor llama a hacer duelo a los lectores que
no queden contentos con los versos de su amigo. También puede señalarse
que los prefacios u otras secciones ubicados al principio de las obras,
a veces toman el nombre de preámbulo.
En otro tiempo, los escritores raramente resistían el placer de utilizar
el espacio ofrecido por un prefacio, para allí desarrollar sus apologías
y sus doctas y floridas consideraciones, y a veces, ellos no se daban
cuenta que se hubieran podido lucir mucho más dedicando solamente una,
dos, o tres páginas al prefacio, que utilizando para ello un espacio
mucho mayor, así entre otras cosas con el riesgo de aburrir y/o de caer
en reiteraciones.
Comúnmente, los lectores superficiales saltan y no leen los prefacios,
al considerarlos genéricamente de bajo interés, aunque los lectores
serios, a ellos les dedican un buen tiempo, pues así, al leer la obra,
tienen en cuenta los compromisos y las orientaciones del escritor. Los
críticos literarios por cierto generalmente dedican gran atención a los
prefacios de los libros, y a veces incluso, cuando ellos tienen poco
tiempo, se contentan con solamente leer estos prefacios, y a penas
sobrevolar el cuerpo de la obra (con frecuencia, los resúmenes
bibliográficos de los periódicos, no son más que variaciones del plan de
la obra y de las apologías que acompañan el frontispicio del respectivo
libro).
Presentarse frente al público, aún en forma escrita, es algo delicado y
a veces hasta peligroso, por lo que más de un escritor ha hecho escribir
y firmar el prefacio a otro autor reconocido y con mayor autoridad, a
veces su propio amigo.
En francés, muchos autores erróneamente creían alejarse de la egolatría
y del egocentrismo, tratando de ocultar el moi y el je, y
por el contrario usando generosamente el plural nous o el
indeterminado on, y así pensaban atemperar aquellas frases donde
florecían los sentimientos personales; procediendo de esta manera, estos
escritores en muchos casos no se daban cuenta que muchos lectores
apreciarían mucho más frases en primera persona, simples y naturales,
expresando las propias opiniones del autor desde posiciones de verdadera
y sincera modestia personal.
Los italianos al " prefacio" lo llaman " la salsa del libro". Y Jean de
Marville afirmaba que, si esa salsa está bien condimentada, bien sirve
para dar apetito, así predisponiendo a devorar la obra.
Los prefacios más interesantes sin duda son los correspondientes a
piezas de teatro, por la razón que sus autores allí tienen la libertad
de explicarse sobre las respectivas obras, en relación a aquellos
aspectos sobre los que, los respectivos diálogos y las respectivas
descripciones, no llegan a expresar claramente todo lo que el autor
quiso transmitir.