Diccionario Ilustrado
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Juicio
       Juicio. Ejercicio del entendimiento en virtud del cual se puede discernir la realidad, inclusive el bien y el mal, y así formar una opinión en cuanto a la naturaleza real de alguna cosa o hecho, o el verdadero carácter moral de alguna persona. Por lo general, cuando la Biblia habla de juicio, se da por sentado que el juez es Dios. El juicio de Dios es, desde luego, infalible. Él juzga al mundo en dos dimensiones, la histórica y la escatológica.

Especialmente en el Antiguo Testamento hay varias referencias al juicio de Dios sobre la humanidad en ciertas situaciones históricas. A veces Dios juzga a individuos como Adán y Eva (Génesis 3), y Ananías y Safira (Hechos 5:1 al 11). Pero asimismo juzga a las naciones, sobre todo a Israel y las naciones circunvecinas (Oseas 5:1; Isaías 16:6, 7). Destruye a los dioses falsos (Sofonías 2:11).

La mayor parte de la enseñanza bíblica sobre el juicio, sin embargo, se refiere al futuro, o sea a la dimensión escatológica. De la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Hebreos 9:27). El juicio definitivo es el del gran trono blanco (Apocalipsis 20:11), cuando todos aquellos cuyo nombre no esté escrito en el libro de la vida serán lanzados al lago de fuego (Apocalipsis 20:15).

Este juicio establece la terrible y eterna diferencia entre el cielo y el infierno. Los que pasarán la eternidad en el infierno serán condenados por su propio pecado (Romanos 6:23; Apocalipsis 20:12). Los que van al cielo no van por sus propias buenas obras (Efesios 2:8 al 9), sino por su FE en Cristo, que es la base de la SALVACIÓN y el corazón del EVANGELIO (Romanos 3:21 al 24;1 Corintios 15:3;1 Juan 1:7).

De manera que el juicio de Dios se llevó a cabo sobre la cruz de Cristo. En ella Él fue hecho pecado (2 Corintios 5:21). Aunque Cristo nunca pecó, el juicio de todos los pecados del mundo cayó sobre Él (Mateo 27:46). Así pues, el juicio final de quienes se identifican con Cristo y tienen fe en su sangre, ya se ha verificado en el Calvario.

Como consecuencia, el creyente se considera justo (Romanos 5:18), y no tiene ningún temor del juicio final (Romanos 8:1).

No obstante, queda todavía un juicio escatológico que se llama el tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10). Ya no se trata de la salvación y la condenación eternas, sino de un juicio sobre la eficacia de nuestra vida como hijos de Dios en la tierra.

Este juicio será de fuego y las obras buenas que el cristiano ha hecho perdurarán (como oro, plata, piedras preciosas), pero las malas perecerán (como madera, heno, hojarasca) (1 Corintios 3:12 al 15). Con todo, en el amor no hay temor y tenemos confianza en el día del juicio (1 Juan 5:17, 18).

Por haberse interpretado superficialmente el texto No juzguéis, para que no seáis juzgados (Mateo 7:1), se ha creído que el hombre no debe juzgar. Sin embargo, la Biblia enseña que aunque el juicio del hombre es falible, es también importante y debe emplearse en muchos casos.

Por ejemplo, en el Antiguo Testamento Dios llamó a Moisés para juzgar a su pueblo (Éxodo 18:13), en ciertos casos el pueblo mismo tenía que juzgar (Números 35:24), y Dios levantó jueces con el mismo fin (Jueces 2:16). Asimismo, el Nuevo Testamento enseña que el juicio del creyente debe comenzar consigo mismo (1 Corintios 11:31).

El espiritual juzga todas las cosas (1 Corintios 2:15). Cuando hay pecado en la iglesia, los miembros deben juzgarlo (1 Corintios 5:1 al 3), y cuando surgen problemas entre creyentes, los demás miembros de la iglesia deben resolverlos y no los incrédulos (1 Corintios 6:1 al 8). Para el buen orden del mundo secular, Dios ha provisto gobernantes que deben juzgar en las esferas sociales seculares (Romanos 13:1 al 5).