ESPÍRITU SANTO. Nombre que la
doctrina cristiana asigna a la tercera persona de la Trinidad. La expresión
Espíritu Santo es propia del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento solo
aparece en tres ocasiones expresando "santo espíritu": Isaías 63:10, 11; Salmos
51:11.
Entre las otras referencias, que no hacen refieren a "santo espíritu", pero se
refiere al Espíritu de Dios, algunas de ellas son:Génesis 1:2, "...y
el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas."
Génesis 6:3, "Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu "
Éxodo 31:3"...lo he llenado del Espíritu de Dios"
Jueces 3:10, "Y el Espíritu de Jehová vino sobre él"
Salmos 104:30, "Envías tu Espíritu"
Isaías 30:1, "... y no de mi espíritu"
Isaías 34:16, "...y los reunió su mismo Espíritu."
Isaías 63:14, "El Espíritu de Jehová los pastorseó"
1 Samuel 16:14, "El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl"
Hageo 2:5, "...así mi Espíritu estará en medio de vosotros"
La traducción griega del Antiguo Testamento, conocida
como la Septuaginta, la usó para traducir las referencias al "Espíritu de
Jehová", evitando así el uso del nombre de Dios (del mismo modo en que el
Evangelio de Mateo usó la expresión "reino de los cielos" en lugar de "reino de
Dios"). Dado que los autores del Nuevo Testamento usaron la Septuaginta para
citar el Antiguo Testamento, la expresión Espíritu Santo se transformó en la
denominación neotestamentaria estándar para referirse al Espíritu de Dios. Es
poco frecuente que el Antiguo Testamento hable del Espíritu de Dios en forma
personificada; más bien se refiere a algo que Dios otorga a los hombres, o el
poder y la fuerza con que Dios actúa. En cambio, en el Nuevo Testamento se
observa un claro proceso de personificación, como por ejemplo en Juan 16:7
siguientes.
El Espíritu Como Vida Y Nueva Vida
Las palabras hebrea (ruakh) y griega (pneuma) que se
emplean para hablar del espíritu significan literalmente "viento" o "aire en
movimiento". Sin embargo, en la opinión de los especialistas su sentido original
es aliento, o sea, el aire puesto en movimiento por la respiración. Una adecuada
traducción sería entonces "hálito de vida". En Génesis 2:7, el ser hecho de
barro se transforma en un ser viviente cuando el creador insufla sobre su nariz
el "aliento de vida". Es cierto que en este caso la palabra usada no es ruakh,
sino neshamah, pero debemos entender ambos términos como equivalentes. Entre las
muchas referencias bíblicas que confirman esta significación, el Salmo 104:29 b
dice: "Les quitas el hálito [esta vez ruakh], dejan de ser, y vuelven al polvo"
(compárese Job 27:3;33:4; 34:14 siguientes). Pero tal vez sea la visión del
valle de los huesos secos, narrada por el profeta Ezequiel (37:1 al 14), la que
más gráficamente ilustra esta significación primordial del Espíritu: es una
fuerza vital, es la energía de la vida. El espíritu que anima a todos los seres
vivientes procede del Espíritu (aliento) de Dios.
Por consiguiente, la acción primordial del Espíritu
Santo tiene que ver con la animación y el sostenimiento de la vida, no solo
humana, sino de toda la creación. Pero en la medida que las citas bíblicas
refieren el Espíritu de Dios mayormente como otorgado a los hombres, la
humanidad aparece como el lugar privilegiado de la acción vivificante del
Espíritu. El Evangelio de Juan, al describir el don del Espíritu que tras la
resurrección marca el inicio de la nueva era, es decir, el nacimiento de la
nueva humanidad (20:22 siguientes), recurre a un evidente paralelismo con
Génesis 2:7. Así como al comienzo el soplo (aliento, Espíritu) del Creador
transformó el ser de barro en un ser viviente, ahora el Jesús resucitado sopla
sobre sus discípulos el Espíritu Santo, transformándolos en nuevas criaturas,
nacidas del Espíritu (compárese Juan 3). El paralelismo entre Génesis 2:7 y Juan
20:22 siguientes cierra este primer eje de significación: el Espíritu Santo es
la fuerza de la vida verdadera, la vida en plenitud.
Espíritu Santo Y Nuevo Pacto
De lo anterior se desprende un segundo eje de
significación: el Espíritu Santo es el que inaugura el nuevo pacto. En el
Antiguo Testamento, la especial relación que Dios establece con el pueblo que
sacó "de casa de servidumbre" (Éxodo 20:1), se expresa mediante un pacto o
alianza (Éxodo 19:5). El guardar (cumplir, obedecer) las cláusulas o
mandamientos que se derivan del PACTO (cláusulas que para los profetas se
resumen en las demandas de justicia, verdad, solidaridad, paz y reconocimiento
de Dios: Oseas 2:18 siguientes; 4:1 al 3;Isaías 16:5;Miqueas 6:8; Zacarías 7:9,
etc) es la forma en que el pueblo responde a la gracia de Dios, y es como se
asegura la vigencia misma del pacto. Sin embargo, como lo revela la difícil
tarea de los profetas, el pueblo de Israel nunca fue capaz de mantener su
fidelidad. Al parecer, la existencia de leyes puramente exteriores no bastaba
para asegurar la vigencia del pacto. Ante la precariedad del antiguo pacto,
profetas como Ezequiel y Jeremías anunciaron que Dios establecería un "nuevo
pacto", cuya ley estaría "escrita en el corazón" (Jeremías 31:33) del pueblo.
Ezequiel, quien propiamente puede llamarse "profeta del
Espíritu" (3:24), anuncia el papel que al Espíritu de Dios correspondería en el
nuevo pacto (36:26 al 28). Con el nuevo pacto nacería también una nueva
humanidad, un hombre con un corazón nuevo (de carne y no de piedra), que tendría
la Ley escrita en su corazón y actuaría conforme a su conciencia, un hombre
responsable (Ezequiel 18; 33:10 al 20). Esta nueva humanidad es obra del
Espíritu (compárese Joel 2:28).
Jesús, la noche que fue entregado, en Juan 14:26
anuncia que al Él irse, el Padre enviará en su nombre al Espíritu Santo para
enseñar y recordar.
Para Lucas (Lucas-Hechos), el derramamiento del
Espíritu ocurrido con ocasión del día de Pentecostés (Hechos 2) marca el
comienzo de la era del Espíritu anunciada por los profetas. La Fiesta de las
Semanas o PENTECOSTÉS (Levítico 23:16) se fue convirtiendo en tradición judía en
la fiesta conmemorativa de la legislación de Sinaí, el antiguo pacto. Al
cumplirse la promesa del derramamiento del Espíritu (Hechos 1:5) con ocasión de
esa fiesta, se inaugura el nuevo pacto. Este derramamiento del Espíritu fue
posible solo después de la glorificación de Jesús (Hechos 2:33). Jesús,
transformado por su muerte y resurrección en Señor del Espíritu, lo dona a su
pueblo para transformarlo en el pueblo del nuevo pacto. Antes, el propio Jesús
debió iniciarse en la era del Espíritu, el cual interviene en su concepción
(Lucas 1:35, 41 siguiente), en su bautismo (Lucas 3:22) y en el desarrollo de su
conciencia mesiánica (Lucas 4:1 siguientes).
Espíritu Santo Y Nueva Comunidad
El inicio de la era del Espíritu marca también el
nacimiento de la IGLESIA. El libro de los Hechos de los Apóstoles es en realidad
el testimonio del nacimiento de la comunidad que llamamos Iglesia, a partir del
don del Espíritu (Hechos 2:42 al 47;4:32 al 35; 5:12 al 16). No se trata
fundamentalmente de la fundación de una institución, sino del nacimiento de una
comunidad que, animada y dotada por el Espíritu Santo (compárese1 Corintios 12,
dones del Espíritu), comienza a vivir y proclamar el nuevo tiempo. Que el inicio
de la era del Espíritu sea también el inicio de la era de la Iglesia no
significa, sin embargo, que la Iglesia sea propietaria del Espíritu. No es que
la Iglesia tenga o posea el Espíritu. Es el Espíritu el que tiene a la Iglesia
como un instrumento para la renovación de la humanidad y de toda la creación.
Espíritu Santo Y Misión
A través de las declaraciones del apóstol Pablo en Efesios 4:30, que dice:
"Y no contristéis (entristezcan) al Espíritu Santo de Dios, con el cual
fuisteis sellados para el día de la redención."
Con esto declara que el creyente es sellado con el Espíritu Santo y que el
cuerpo del creyente es templo del Espíritu Santo, según 1 Corintios 6:10; y es
el Espíritu Santo el encargado de entregar la iglesia (el creyente) el día del
arrebatamiento de la Iglesia, según 1 Tesalonicenses 4:16.
Que el Espíritu Santo sea la fuerza que convoca y anima a la Iglesia nos lleva a
un cuarto eje de significación: el de la vocación o el llamado a la misión. En
efecto, en el Antiguo Testamento la donación del Espíritu de Dios aparece con
frecuencia asociada a vocaciones (llamados), sean estas noticias políticas,
sacerdotales o proféticas. Así ocurre, por ejemplo, cuando ungen a David como
rey (1 Samuel 16:13); con la vocación sacerdotal y profética de Ezequiel (2:1
siguientes;3:24); con el siervo sufriente (Isaías 42:1 al 2; compárese Mateo
12:18 al 21); con el anuncio del Mesías (Isaías 61:1 al 3; compárese Lucas 4:16
al 18). En todos los casos, es el Espíritu el que proveerá la fuerza y la
autoridad para cumplir con la misión. En este sentido, ocurre algo similar con
la promesa que recibe Moisés en Horeb, aun cuando en esa ocasión no se mencione
el Espíritu: "Yo estaré contigo" (Éxodo 3:12).
El Espíritu es la presencia activa de Dios en la vida y acción del enviado. En
el Nuevo Testamento el envío misionero de los discípulos tras la resurrección de
Jesús se formula de acuerdo al modelo de las vocaciones del Antiguo Testamento
(Juan 20:19 al 23; Marcos 16:14 al 18; Mateo 28:16 al 20; Lucas 24:36 al 49;
Hechos 1:6 al 9). De acuerdo a este modelo, el Espíritu Santo es el poder para
la misión: "Pero recibiréis poder ... y me seréis testigos ... hasta lo último
de la tierra" (Hechos 1 al 8).
Resumen
Aunque en la Biblia no encontramos una personificación del Espíritu Santo con la
misma claridad que en los casos de Dios Padre y de su hijo Jesús, el Cristo, sí
encontramos con toda claridad desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo
Testamento lo que podemos llamar la misión del Espíritu Santo. En el Antiguo
Testamento, la acción del Espíritu aparece ligada fundamentalmente a la
animación y sostenimiento de la vida (humana y de toda la creación), y como la
fuerza que anima a los enviados de Dios. En el Nuevo Testamento comienza un
proceso de personificación del Espíritu Santo, sobre todo a partir de las
promesas de Jesús (Juan 14:15 siguientes; Hechos 1:6 siguientes) y de la fórmula
bautismal de Mateo 28:19. Entroncando con los anuncios de Ezequiel y Joel, la
promesa de Jesús anuncia la inauguración de la era del Espíritu, cuya misión
fundamental será el don de una nueva vida para todos (Juan 3:1 al 15), la
edificación de la comunidad del nuevo pacto (la Iglesia), y el lanzamiento de la
Gran Comisión "hasta lo último de la tierra". De este modo, la Biblia fundamenta
nuestra fe trinitaria.
|